Desengaño decreciente. No me era extraña esa sensación de angustia enarbolando sobre mi craneo su bandera negra pero, en esta ocasión, se presentaba en un envoltorio y color diferente. Un ejemplar rojo, una ilusión de apariencia maoísta, que se volvía pesado en mis manos.
My little red book. Ella ya no estaba,
32 años esperando conocerla y en un instante veía como se alejaba. No era justo, pero entraba dentro de lo aprendido. Cuando era un crio, dibujaba secantes en hojas sin cuadrícula, porque quería trazar el plan perfecto para que nuestros caminos se cruzaran. En cambio, nuestra profesora nos exigía hacer paralelas, por aquello de que conocieramos la terrible brecha entre amar y ser amado. Un axíoma insalvable. No pude abrir el libro; todo lo que no soy, todo lo que no tengo, seguramente acabaría desvelándose, de una u otra forma, en aquellos poemas. Nunca había visto materializada mi frustración en un volumen de 64 páginas en tapa blanda.
Pues aupa.
Unos minutos antes, se había desatado en mí una verborrea confusa y retorcida.
Confusion will be my epitaph. Un millón de palabras y ninguna conseguía retenerla a mi lado.
By my side. La deseaba, ni de lejos tanto como ahora la deseo, pero nada parecía funcionar. Me derrumbé.
Train in vain. Solo días después, fui capaz de abrir el libro. Me quedé atrapado. Intenté descifrar cada palabra, y una vez que intuía su significado, le daba la vuelta. Solo quería alguna pista que me llevase a escuchar de nuevo su canto.
Mi sirena.
T
Te
Te q
Te qu
Te qui
Te quie
Te quier
Te quiero